Jueves.
Para muchos un día más, una noche más, Para otros, casi fin de semana, expectantes para gastarlo todo, no solo dinero. Para otros tantos, oportunidades, ver la vida desde otro punto de vista, ese punto que envidian los jornaleros, que se levantan con el primer rayo de sol, incluso antes.
Ciudad grande, con muchas almas, pero poco razonamiento, con mucho cuerpo siguiendo un ritmo, una sensación, una fragilidad intangible, pero siempre presente.
Te sitúas en medio de la noche, no sabes bien donde. Hay muchas opciones donde anclarte un par de horas. Observas, nada parece llamarte la atención, ya con treinta y dos no crees que la noche sea lo tuyo. Preferís la compañía de una película al calor humano.
Te preguntas porque pasó tanto tiempo, si ayer solo eras un púber de veintidós. No logras comprenderlo pero lo aceptas y te dormís mirando el show de Truman. Poco logras dormir, aquejado por las preguntas que te acosan la cabeza, la almohada. Te despertas y no entendes nada, no reconoces nada, ni el color de las paredes, ni la persona que duerme a tu lado. Corres con desesperación al baño, te reverberas en el espejo Raramente sos vos, diez años mas joven, seguís atónito.
En un instante recordas que una simple pastilla que tomaste, te transporto. Pensas en lo ingenuo que sos, en lo inmaduro, te propones jamás volverlo a hacer, en fin, promesas de adolescentes.
Pensás.
Te vas.
Arranca el viernes.
03/10/2012
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