Hoy

Llueve.

Una gota cristalina, nacida para ser naturaleza con un único fin, caer.

Los arboles festejan de ese gran fenómeno que los llena de vida, de ganas de crecer, de madurar.  En las calles se respira olor a tierra. Ese no se olvida.

Un intrépido sol que intenta asomarse por un claro, luchando con las inquisidoras nubes grises, que tratan de lucirse en su momento. Insiste, no lo logra, parece un espejismo lejano.

Las flores, con un suave vaivén se mecen, perfumando el aire, llenando de color la tarde.

Yo expectante, sentado, refugiado, miro y observo detrás de un ventanal como el agua se hace charco, luego barro, luego vida.

Algún que otro travieso pájaro, osa cruzar la lluvia, en busca de su compañera, o tal vez, en búsqueda de libertad.

Jamás conocí sonido tan placentero y sencillo como el de la lluvia al caer, simple, relajante, que incita a soñar.

Sostengo la mirada sobre un perro callejero, no logro darme cuenta si viene hacia mí o está quieto, estoy confundido. Definitivamente viene hacia mí, sigo observándolo, patidifuso al reconocerlo, era mi perro, mi mascota, que sin temor alguno corrió hacia la felicidad de salir a dar un paseo por la tarde. Mojado, lo llamo y viene, entra, se sacude y me salpica, lo abrazo y lo reto. No entiendo, ¿acaso espero que me responda? . Claro, como si entendiese, lo abrazo nuevamente, me mojo aún más, pero contentos, seguimos disfrutando de la lluvia, detrás el ventanal. 


21/12/2011

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