Congoja.

A veces pienso que estoy adormecido. 

Pero es la conciencia la que se eleva y abandona mi cuerpo, dejándolo aislado, desolado.

Busco respuestas en un camino de penumbras, de tinieblas, pero solo encuentro más misterio. 

Me adentro en el bosque y acierto con un pantano de aguas sombrías, postergado. Me reverbero, hay algo siniestro, no soy yo, no es mi cuerpo, no son mis manos, ni mi pelo, ni mis ojos; me desconozco, pero sigo.

Me muevo sobre el canto hasta llegar al espejismo de puente. No sé cómo, pero lo cruzo, con heridas y mis ropas raídas. Definitivamente no era un puente, ni siquiera un espejismo; era un deseo mal concebido, era mi mente, que buscaba huir, escapar de ese lugar de espectros.

Aflora la noche, el sol se desmorona como una fruta madura, dejándome a la deriva.

Las copas de los árboles que danzan, llamados de animales que atemorizan mis sentidos, pero sigo alerta y no descanso, me resisto a ser presa de algo que ni siquiera sé si existe, de algo parido de mi imaginación, de mi soledad. 

Pero es eso, mi soledad, la que me transporta hacia dimensiones perturbadoras, cerradas y oscuras.

Atemorizado, busco refugio en el cielo, en las estrellas; y la veo a ella, radiante y mas celeste que nunca, la que me guía al amanecer.

Duermo con frío y desconfío de mi mismo.

Me despierto, estoy en mi cama, qué horrible pesadilla.


24/02/2012

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